Rummy Olivo, una infancia entre el campo y pueblo

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Con una chancleta en la mano, salía apurada Rumualda de la casa número 66 de la calle Bolívar. Se apartaba el cabello de la cara, mientras se calzaba bruscamente la sandalia. Y corría… corría emocionada hacia la plaza El Calvario. Al llegar, se lanzaba hacia el único columpio vacío. En el trayecto, casi sin aliento, saludaba al señor Tablante, el guardián de las coloridas flores del parque.

La diversión era inagotable en plaza de El Médano, con sus flores, sus columpios, ruedas y toboganes bien pintados. En el mismo espacio ocurría el encuentro entre el pueblo y el campo: los vecinos, siempre conversadores, se sentaban en los bancos con los paisanos que llegaban de los caseríos a hacer sus compras en Zaraza.

«Era un pueblo muy sano, muy alegre, muy entusiasta. Era un pueblo bello, solidario, agradable. Su gente: atenta y respetuosa», recuerda Rummy Olivo al revivir su infancia en Zaraza, donde estudió desde los 7 años, bajo la tutela de su madrina Celia Mayorga.

Gregoria Olivo trajo al mundo a Rumualda Olivo el 22 de enero de 1964, sobre una batea de madera, en un parto asistido por sus propios sus padres, en Las Placitas. [Foto: Rummy Olivo].

I. Las Placitas

Una casa de bahareque bajo la sombra de un aragüaney. El fogón prendido con el almuerzo recién montado por Doña Gregoria Olivo. De fondo, siempre un joropo que se colaba a través Radio Rumbos. No había pista de que la pequeña Rummy estuviera cerca. Más bien, se le veía a lo lejos, en los potreros, pisando los surcos de maíz con frijol que sembraba su papá.

«Eramos felices, no sabíamos lo que eran necesidades materiales, a pesar de ser una familia bien humilde», dice la cantante que, al recordar su infancia en Las Placitas, concluye que la conjugación de la libertad del campo, con el amor de su familia, sembró en ella y sus hermanos el sentimiento por la tierra, las tradiciones y el folclor.

Rummy se perdía en los campos silbando tonadas, hasta llegar a la laguna donde se zambullía por horas. Luego se secaba con el sol, mientras saboreaba el líquido dulce –según lo describe- que emana del pistilo de la flor de guatacaro. Caminaba descalza, jugaba con barro y trepaba árboles. Con la puesta del sol, volvía a la casa, donde ya estaba su papá afinando un cuatro, siempre bajo las ramas del aragüaney.

«Mi papá era muy parrandero, y no era un gran cantante, pero tocaba el cuatro, y con los pocos tonos que se sabía, cantaba e improvisaba», dice la cantante sin dudar que su interés por la música nació una de esas tantes tardes.

Guitarrones, violines, arpa, cuatro, maracas y, cuando no, un tocadiscos o pick up. Nunca faltaba la música y, por ende, tampoco la fiesta.

II. La muñequita del bazar

En una esquina de la Plaza El Calvario estaba la tienda de su padrino Ramón Villegas. Era una parada obligatoria para Rummy y su papá, todas los domingos, cuando viajaban al pueblo para hacer las compras.

De las vitrinas de esa bodega nació la canción Sueño de dos amigas, una vivencia real que no escapa de la memoria de Rummy.

«Siempre que íbamos a la bodega, mi padrino me regalaba una muñequita chiquitica, pero yo quería la del pelo amarillo», cuenta la cantante al despojarse de los años y sentirse la misma niña que entraba ilusionada al bazar.

Aunque su padre nunca pudo darle el regalo que añoraba, Rummy asegura haber recibido detalles invaluables, como un nidal de pichones que cada 24 de junio su papá le entregaba para que ella criara. «Yo amaba a mi viejo, es el amor de mi vida».

III. La niña tiene que estudiar

Con 7 años, Rummy caminaba detrás de la sombra de su papá: en los viajes al pueblo, en las parrandas llaneras, en las peleas de gallo y hasta en las partidas de dominó.

Se despertaba en la madrugada para verlo ordeñar, mientras escuchaba en la radio las canciones de Juan Vicente Torrealba, Magdalena Sánchez, Simón Díaz y Rafael Montaño. Al mediodía, se montaba en un burro, junto a su hermano, para llevar la comida recién hecha al potrero, donde estaba Don Eustaquio, abriendo callejones, con un machete tres canales.

Pero en el fondo, Rummy soñaba con ser maestra, un ejemplo que veía de su madrina Celia Mayorga, que vivía en la calle Bolívar de Zaraza. En varias ocasiones había escuchado a su madrina decir: «Tráiganme a esa muchachita al pueblo, aquí vive conmigo y la pongo a estudiar».

Una canción en honor a su padre describe el día que el viaje de Las Placitas a Zaraza marcó el inicio de una nueva etapa en su vida: «Y bajo el ala, el sombrero, una lagrima asomá, y era que yo me quedaba porque tenía que estudiar».

«Cuando mis papás recién me llevaron al pueblo, y como éramos tan pegados y nunca me había separado de ellos, eso me afectó mucho. Pero mi papá, los lunes, iba del campo al pueblo y me llevaba 2,50 bolívares al Francisco Salías. Esperaba el momento del recreo y me veía a través de la tela metálica de la escuela», recuerda.

Cada tarde se podía encontrar a Rummy, sentada en la puerta de la casa, frente a Foto Click Musical, que había sido fundado un par de años atrás por Abraham Márquez Pino.

Foto Click Musical, propiedad de Abraham Márquez Pino. [Foto: Zaraza en dos tiempos]

Otras veces se lo podía ver brincando en la acera, mientras jugaba la rayuela de la semana. Y una que otra vez, tongoneándose con los éxitos de Billo’s Caracas Boys, que eran reproducidos desde el altavoz de enfrente.

«Cuando iba al campo, en vacaciones o algunos fines de semana, iba al pago de promesas a las cruces de mayo, a disfrutar de las fiestas en el día de San Ramón, que era el santo de las parteras. Y en el día de las Marías, que era el 15 de agosto, cosechábamos maíz y hacíamos cachapas con cochino frito y queso llanero».

A los 9 años, Rummy tomó la Primera Comunión. La foto fue tomada Abraham Márquez Pino, el propietario de Foto Click. [Foto: Rummy Olivo]

A las 11 años se trasladó con su familia a La Victoria, estado Aragua. Pero recuerda con emoción cuando volvía a Zaraza, siendo adolescente, para disfrutar de los carnavales y de los festivales de contrapunteo en el Club El Faro, donde vio como se catapultaba la carrera de Reinaldo Armas, sin imaginarse que muy pronto el propio cardenal sabanero, y su pueblo natal, serían los que presenciarían el crecimiento de su propio talento como «La soysolita del Llano» y como «La Flor de Zaraza».

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